¡Y se deshizo la luz!
Escucho un crujido y, de repente, todo se detiene. Es el comienzo de un parpadeo pero no vuelvo a abrir los ojos en un largo rato, todo parece lóbrego y sin sentido. El mundo se detiene y se reduce tan solo a oscuridad. Siento que algo se ha apoderado de mí y me obliga a escudriñar todos los rincones en busca de una solución, algo que calme mi ansiedad y pueda arrojar algo de luz para despertar del pestañeo apagado. Me levanto de la silla y orquesto una vorágine de movimientos totalmente desacompasados, torpes e incluso vagos. Me siento perdido y llego a tropezar un par de veces. Rebusco en estanterías y cajones y hasta examino lugares que creía olvidados. Todo en un vano intento de recuperar las riendas de mi visión.
Los minutos pasan pero no los veo. Sigo encerrado en una ceguera artificial que me hace perseguir un remedio con aún más desesperación. Me acelero y desquicio por momentos. Finalmente, tras esa ardua búsqueda, recupero algo de claridad, consigo atisbar de nuevo la realidad ante mis ojos bajo una tenue llama, y por un segundo, el mundo vuelve a girar. Creo tener todo lo que necesitaba, cuando en realidad empiezo a ver cómo dependo de ese modo de vida que tantas veces me he atrevido a criticar.
Creía poder volverme a encontrar con tan solo una luz, pero no lo consigo, al contrario, me pierdo todavía más. Empiezo a pensar en todo lo que este mundo me ofrece tan inocentemente: un mundo totalmente dominado por la energía y su control en el que, sin remedio, me han acostumbrado a vivir desde pequeño. Siento miedo. Miedo a pensar y a enfrentarme a la realidad que está frente a mí. Ya no veo oscuridad, sin embargo, todo sigue en un odioso silencio que en segundos, se convierte en un zumbido. Me estallan los tímpanos. El reloj corre más lento que nunca. Todo parece eterno y a la vez ensordecedor, es insoportable, agotador y hasta desquiciante.
No hay solución ni remedio, soy un electrotelemático más, condenado hasta la médula que paga la penitencia de olvidar que un día fuimos humanos. Olvidar que un día supimos hacer de la nada un todo sin más medios que nuestras propias manos. Sin embargo hoy, aunque lo tengamos todo, basta que alguien desconecte la electricidad para darnos cuenta de que no queda nada, ¿o tal vez sí que quede?
Comentarios
Queda, queda. Gracias a que somos capaces de comunicarnos con otros seres aún queda. Pero no vayamos a confiarnos, porque esa capacidad de comunicación se está viendo terriblemente reducida. Ya sabes, tengo 200 amigos en el facebook pero nunca salgo a tomar café :P
Se te iba echando de menos.